Superficies sensibles de la vida
Las superficies sensibles de la vida. Al tacto, la cama caliente, la piel del pie de quien calienta la cama. A la vista, alguien frena su caminata y acaricia un perro, dos pibitos entran contentos a una escuela. Al olfato, alguien huele un tuco al pasar por afuera de una casa, el olor a tierra mojada tras días de seca. Al oído, alguien pasa silbando, dos pueblerinos se comunican por onomatopeyas al cruzarse por ahí. Al gusto, una mandarina explota en la boca, el amargo del mate compartido.
Esas superficies como hilos que hacen una red. Con esos hilos construyo una cama elástica donde se pueda saltar tranquilo, jugar, hacer piruetas, dar vueltas carneros.
Invito a otros. Con cada invitado se suman más hilos, más superficies sensibles.
Más personas saltan, más resiste la red.
La cama elástica no se puede romper.
Ejes rectores de la vida
Ese día, particularmente, andaba desvariado. Sólo tenía una certeza, tenía que ir a ver a Skay Beilinson que tocaba en el Teatro de Flores. Mi cabeza, desbandada. Mientras tanto, esperar el 132 en Pueyrredón.
Cuando voy a recitales me gusta ver la cara de la gente disfrutando de la música. Los veo medio de refilón, de costado tirando hacia atrás. No giro la cabeza para ver. Veo a quienes entran en mi campo visual. Me gusta esa mezcla de disfrute y seriedad en algunas caras. Otras con una media sonrisa, como de gratitud. Otros perfiles, con los ojos medios vidriosos, resistiendo o no la caída de la lágrima.
Promediando el recital, empezó a sonar una canción. Una en particular. Y ahí sucedió. Un perfil de una cara apareció en mi campo visual. Esa fracción de cara estaba cooptada por la canción. Era una media sonrisa, que desde mi percepción incluía emoción, gratitud y, por sobre todo, certezas. La canción le estaba proveyendo a esa cara un eje rector para la vida y razones que daban sentido a su existencia. La canción estaba salvando a esa persona. Y esa persona lo estaba agradeciendo. Y yo hacía lo mismo porque ahí estaban las certezas que necesitaba, en ese sencillo momento de la vida. Una manifestación artística como eje rector de la vida. La percepción de la emoción del otro.
Mis ojos despidieron un agüita que me impidió seguir viendo cabalmente la escena. Bajé la vista y me enfoqué en la escucha. Miraba mi zapatillas cuando una mano con un copón de cerveza apareció. Seguí el brazo con la vista en dirección al cuerpo y terminé el recorrido en la cara que antes era perfil. Acepté y tomé un trago de cerveza. Ambos aceptamos la certeza y agradecimos.
“Las olas del destino
A esta playa te trajeron
La madera está partida
Ahora es tiempo de tallar
Navegante, tu canoa”
La semana que viene habrá noticias. Mejor dicho, certezas…