Como en aquel cuento donde la verja de una casa desaparece al no ser mirada, pensada y recordada, así estoy en mis conversaciones cotidianas, que fueron taxativamente marcadas por una temática. Poco a poco me fui borrando, dejando de existir, primero en mi discurso y luego en mis pensamientos y hasta recuerdos. Ya no estoy en mi voz, no me encuentro.
Alguna vez sueño con una bocanada del pasado o del futuro, se me vienen imágenes hablando de otras cosas tomando mate, dejando pasar el tiempo y recorriendo ramas del árbol insondable de las realidades. También me sueño viendo unas plantas moverse con el viento. Mirarnos largamente con una lechuza. En esos sueños, creo percibirme desfachatado, sin hacer cuentas ni especular con las cosas. Arrojado netamente al fuego, como forma de vivir.
El residuo de mí en mi subconsciente e inconsciente.
Despierto y otras vez vuelven las fórmulas, lo gráficos y parámetros. Desaparezco en la vigilia. Sólo cálculos, operaciones, proyecciones y rulos brotan de mi boca. Esa fue mi central derrota y su principal victoria. El dinero se coló en mi cuerpo y colmó mi existencia como fin en sí mismo. No hay preguntas, tampoco angustia. El hombre unidimensional.
Ya no estoy yo, no está el otro. Los otros, las personas, mi perra, la lechuza, las plantitas, también se fueron yendo de mi vocabulario, borrándose lentamente con el ingreso de otras palabras, de otros intereses, de otros paradigmas. No están los otros, los he perdido. Y no puedo saber si a ellos les pasó lo mismo. Infinitas verjas que se fueron borrando de la imagen sin llamar la atención. Quizá, ya no haga falta aquí. La realidad me provee un nombre de consuelo: soy una externalidad negativa.