Salí a caminar en dirección al río. Iba por la senda de cemento escuchando radio y al mirar hacia el norte, el paisaje me tentó y enfilé para allí. Ya bajando por la ribera vi de lejos una persona que estaba en la vera del río, medio agachado, acariciando un perro que movía su cola. Frené, agucé la mirada y lo identifiqué.
- ¡Rober!
Medio encorvado, giró el torso y cabeza para verme y luego se enderezó. El perro desapareció en el agua como si fuera un pez.
- Hola Rober, ¿cómo andás? - Saqué el auricular de mi oído derecho.
- Acá me ves, un muerto que no para de nacer.
- ¿Qué era eso que acariciabas?
- Se ha extinguido.
- Era un perro y se fue por el agua.
- El ser humano se ha extinguido, ha muerto. - Sentenció su boca con bigote.
Viene pesada la mano, pensé, mientras en segundo plano pensaba que sólo quería salir a caminar por el río y escuchar la radio y en tercer plano pensaba que Rober se había erigido en un nuevo Nietzsche, que ahora se la agarraba con nosotros.
- Cómo Rober, estamos acá.
- Vos estás acá. Y sabés que yo no. Y también sabés que conceptualmente el ser humano ya tiene fecha de caducidad. Mirá el agua.
- Ok.
- ¿Qué ves?
- Las piedras.
- Estamos acabados.
Saqué el auricular de mi oído izquierdo y me percaté de los sonidos: agua pegando en las piedras, viento pegando en los árboles y canto de aves saliendo de ellos. Me puse de cuclillas y mientras miraba el río, dijo.
- ¿Te apuesto una cosa? Todo lo que hagas en tu vida tendrá la finalidad de hacerte evadir no sólo de la certeza de tu finitud personal, de tu muerte…
- Eso ya lo sé, es obvio, no voy a apostar eso - Me erguí.
- Dejame terminar, cabezón. Dije, no sólo. Todo lo que hagas en tu vida tendrá la finalidad de hacerte evadir no sólo de la certeza de tu finitud personal, de tu muerte sino también de la certeza de nuestra finitud como especie, de la muerte general. Y también de la imposibilidad de hacer algo para que no suceda.
Los árboles, pájaros y agua se callaron de cuajo. Un vacío. Volví a ponerme de cuclillas y observé en dirección al agua. Contemplé la escena. Habrá pasado cuánto. Las rodillas estaban quemando, cuando en un momento sucedió.
- La veo, Rober, veo el agua y veo lo que estabas acariciando.
Volvió el sonido y cuando me levanté y giré la cabeza, ya no estaba. Nada estaba.
Enfilé para arriba y me coloqué los auriculares justo cuando el conductor del programa narraba un hecho que lo confirmaba todo.
Uh, este otra vez…
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¿Quién lo escribe?
Hilario Capeans.