Entre fantasía e imaginación, en este momento de mi vida, opto por la segunda. Hay un Alejo Carpentier que habla al respecto. La imaginación hace anclaje en la realidad. Toma la realidad como marco y allí empieza a tensar sus límites, a impregnar de significaciones elementos y personajes y los asocia entre sí de manera deliberada. La imaginación es una persona con una linterna en plena oscuridad. Ilumina partes, hace foco en ciertos lugares y crea sus caminos. Allí lo real maravilloso. Lo maravilloso está en la realidad. El trabajo es construirlo, armarlo.
Esta entrega corresponde a la primera de una serie de seis. Algo así como un folletín de antaño, historias que se entregaban de a partes. Intenta ser un cuento, un relato del destino.
Lo maravilloso comienza a serlo de manera inequívoca cuando surge de una inesperada alteración de la realidad (el milagro), de una revelación privilegiada de la realidad, de una iluminación inhabitual o singularmente favorecedora de las inadvertidas riquezas de la realidad, de una ampliación de las escalas y categorías de la realidad, percibidas con particular intensidad en virtud de una exaltación del espíritu que lo conduce a un modo de “estado limite”. A. Carpentier
En las vísperas
Uno
Año 2018, 22 de diciembre, Saavedra. En el caballo al galope, el Cali, así le dicen, Gabriel Méndez, así se llama, como todos los días, a ver las vacas. Unas cuadras en calle de tierra por el pueblo, bajar al camino rural que va bordeando la vía y ahí meterle hasta que las viera. Estaban cerca del alambrado, a 30 metros del Cochenleufu, dentro del campo. A veces solía dejarlas afuera entre la vía y el camino, para que comieran el pasto de ahí. Las empezó a contar desde lejos y al terminar frunció el ceño. Algo raro. El sol estaba a dos dedos de meterse. La luz mostraba una bruma en el aire hacia el oeste pasando la 33, era la cosecha de trigo y había algo de viento. Hacia el este, el cordón serrano soleado.
Ató al poste del alambrado a Cano. Ahí llegó el primer perro que lo sigue, el Tuita, un border medio blanqueado. Al minuto el Chumba, un dogo petizón cruzado, medio rengo de las biabas del trabajo. Observó las vacas y las volvió a contar. Confirmado. No era necesario acercarse. Fue directo a la vera de río, entre los sauces, como intuyendo. Caminó unos pasos, esquivando raíces y ramas bajas. En un claro vio la cabeza de la vaca en la tierra. Los ojos todavía estaban, las moscas eran las primeras en acercarse. A dos metros, las tripas. Huellas de arrastre, pisadas, movimiento. Era reciente. Una noche, quizá. Se acercaban las fiestas, nada de laburo y aumento de la carne. Miró al cielo y puteó a todos los santos.
Como avisados por la reacción, los perros se pusieron a trabajar, olfateaban, seguían las huellas. Fueron hacia el camino siguiendo el curso del agua, llegaron al alambrado y volvieron. Luego fueron hacia las vacas y volvieron a la cabeza de vaca. Paneada toda la escena ladraron ambos la misma cantidad de veces casi de forma unísona y rumbearon para el caballo. Entendió la señal y copió el paneo de los perros. Cercano al alambrado estaban las huellas que intentan tapar huellas, barrido de tierra, hojarasca, palitos. Volvió a la cabeza. Observó el corte. Desafilado. Mucha fuerza, tironeo. Apuro. Fue hacia las vacas y percibió huellas entre esa zona y la de la cabeza y tripas. Volvió al caballo. Pensó en la cantidad de personas, pensó el tipo de vehículo. Intentó seguir la huella. Habrían colgado atrás algo así como una frazada, para ir barriendo detrás del andar. La huella se metía al pueblo hasta agarrar el asfalto. No mucho más que hacer. Ahí frenó, llegaron los perros. Tomó el celular y llamó al dueño del campo. Había que desovillar el asunto.
Continúa la semana que viene…
Comparto una canción: El surco. Chabuca Granda
Uh, este otra vez
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