En las vísperas. Parte 3
Si uno se pone a hablar con trabajadores rurales sobre sus labores es muy probable que en algún momento emerja la anécdota de un accidente laboral y a su vez que esa persona conozca otras personas que se hayan accidentado en ese rubro. Una caída desde un silo, una embestida de un animal, un descuido con una herramienta que se lleva un dedo, un brazo atascado en una cosechadora. Accidentes o incidentes, como uno los llame.
Esos sucesos indeseados pueden modificar el curso de un asunto o una vida.
Vamos con la tercera entrega de En las vísperas.
Primero dejo la anteriores partes.
En las vísperas
Uno
Año 2018, 22 de diciembre, Saavedra. En el caballo al galope, el Cali, así le dicen, Gabriel Méndez, así se llama, como todos los días, a ver las vacas. Unas cuadras en calle de tierra por el pueblo, bajar al camino rural que va bordeando la vía y ahí meterle hasta que las viera. Estaban cerca del alambrado, a 30 metros del Cochenleufu, dentro del campo. A veces solía dejarlas afuera entre la vía y el camino, para que comieran el pasto de ahí. Las empezó a contar desde lejos y al terminar frunció el ceño. Algo raro. El sol estaba a dos dedos de meterse. La luz mostraba una bruma en el aire hacia el oeste pasando la 33, era la cosecha de trigo y había algo de viento. Hacia el este, el cordón serrano soleado.
Ató al poste del alambrado a Cano. Ahí llegó el primer perro que lo sigue, el Tuita, un border medio blanqueado. Al minuto el Chumba, un dogo petizón cruzado, medio rengo de las biabas del trabajo. Observó las vacas y las volvió a contar. Confirmado. No era necesario acercarse. Fue directo a la vera de río, entre los sauces, como intuyendo. Caminó unos pasos, esquivando raíces y ramas bajas. En un claro vio la cabeza de la vaca en la tierra. Los ojos todavía estaban, las moscas eran las primeras en acercarse. A dos metros, las tripas. Huellas de arrastre, pisadas, movimiento. Era reciente. Una noche, quizá. Se acercaban las fiestas, nada de laburo y aumento de la carne. Miró al cielo y puteó a todos los santos.
Como avisados por la reacción, los perros se pusieron a trabajar, olfateaban, seguían las huellas. Fueron hacia el camino siguiendo el curso del agua, llegaron al alambrado y volvieron. Luego fueron hacia las vacas y volvieron a la cabeza de vaca. Paneada toda la escena ladraron ambos la misma cantidad de veces casi de forma unísona y rumbearon para el caballo. Entendió la señal y copió el paneo de los perros. Cercano al alambrado estaban las huellas que intentan tapar huellas, barrido de tierra, hojarasca, palitos. Volvió a la cabeza. Observó el corte. Desafilado. Mucha fuerza, tironeo. Apuro. Fue hacia las vacas y percibió huellas entre esa zona y la de la cabeza y tripas. Volvió al caballo. Pensó en la cantidad de personas, pensó el tipo de vehículo. Intentó seguir la huella. Habrían colgado atrás algo así como una frazada, para ir barriendo detrás del andar. La huella se metía al pueblo hasta agarrar el asfalto. No mucho más que hacer. Ahí frenó, llegaron los perros. Tomó el celular y llamó al dueño del campo. Había que desovillar el asunto.
Dos
El campo de Gueiradas linda con el pueblo hacia el sur, en casi la totalidad de uno de sus lados. En la parte de más adentro se dedica a la siembra. Ahora andaba contento porque pudo sacar buen trigo. Zafó de los incendios que castigaron la zona. Los bomberos de acá para allá. Esta vez se puso serio e hizo cortafuegos. Las zonas pegadas al pueblo las usa para el pastoreo. Allí rota las vacas en varios potreros, tiene bastante, entre 600 y 1000, dependiendo de algunas variables. Allí andan las vacas.
El pueblo está creciendo, se está construyendo en la parte norte y en la sur, pegada al campo. Allí se despliegan unos terrenos no muy grandes donde se están haciendo unas casas. En una de ellas trabaja Renato de ayudante de albañilería, en lo operativo se encarga de la mezcla y lo que surja en la jornada. Hay un oficial de obra y dos ayudantes más. Para arriba, la arquitecta y los dueños de la casa. Se trabaja de lunes a viernes, a veces sábado a la mañana también.
La casa va bien pero ha habido problemas. Los dueños se le quejan a la arquitecta de que el corralón le pasó un pago por materiales para la obra que no habían sido habilitados. Los del corralón descargan sin preguntar y se van. La arquitecta intenta administrar el conflicto pero termina derivando hacia abajo y ultima para que lo resuelvan. El oficial de obra y equipo se reúnen con los dueños de la casa. Curtido en esos asuntos, el oficial explica una problemática de construcción, de idas y vueltas, esgrime unos cálculos de materiales y logra destrabar el asunto. Los dueños, verdes en el rubro, bajan la guardia y aceptan. Pasó por esta vez.
A partir de allí el oficial de obra hace bando con los otros dos ayudantes y lo acomodan a Renato en un rincón, que no había querido participar. Botón, le insinúan. Hace seis meses que están trabajando. Renato recuerda que los primeros cinco meses estuvieron bien, buen trato, almuerzos, fueguito de viernes, a veces gira hasta la noche, algunas juntadas los sábados. Pero en este mes el ambiente se caldea. No participar puede tener sus costos. Es 20 de diciembre.
Tres
Renato Peñalba, 30 años, creyente, con su crucecita en el cuello. Es del pueblo, nacido y criado y según él, si dios quiere y a su tiempo, muerto allí. Renato y una casita, una hija y una esposa, Marina y Natalia. Las quiere mucho a las dos, nada le costaría decírselo, pero no puede. Le es más fácil en las acciones, como buen creyente.
Ahora se dedica a la construcción. Durante años trabajó en el campo, manejo de hacienda, alambrador, cosecha. Conoce el campo, conoce el pueblo, conoce los movimientos y el vínculo entre ambos universos. En el campo y en la construcción se mueve mucha información, de todo tipo. Hay como vasos comunicantes entre ambos rubros.
Momento de descanso en la obra, se toma unos mates apoyado en el alambrado, se aleja del resto, aprovecha que apagaron la música y busca el silencio. Se queda mirando el campo y recuerda cuando trabajaba. Misma fecha que ahora pero 5 años atrás andaba en la cosechadora de sol a sol levantando el trigo. Le gustaba andar en la máquina, andaba solo con su puchito, mate y agua. Picaba el sol en esos días y no había llovido mucho. Había que andar con cuidado. En eso se trabó la cosechadora. Bajó sin apagarla y fue a chusmear el cabezal. Un palo cruzado en el molinete. Pitó y apagó bien el pucho en la suela de la alpargata. Se acercó y metió mano, logró sacar el palo, se destrabó el molinete con su pierna derecha enganchada. Lo arrastró y se la metió hasta trabarla con el sinfín. El motor quedó haciendo fuerza y de a poco le iba chupando la pierna, que tenía atravesado un fierro a la altura del gemelo. En ese momento pensó en Dios. Lo decidió. Tiró de la pierna como para que se corte y se la lleve el sinfín. Se sacó la remera y la metió para trabar el motor. No había caso. El motor seguía tirando, la pierna se iba metiendo y no se cortaba. Estaba lúcido no obstante. Sintió como un olorcito a quemado. Estaba fallando el embrague del sinfín. Se gastó y dejó de hacer fuerza el cabezal. Zafó. Sacó la pierna con la tibia y peroné quebrados y el fierro atravesado. Su nombre, Renato, el que vuelve a nacer. Agradeció. Respiró profundo y sin mirar se quitó el fierro de la pierna. No se desmayó. Rajó una pierna de la bombacha y se hizo un torniquete arriba de la herida, ahí aflojó la sangre. Dudó un momento. Pensó prender fuego con el encendedor como señal para dar alerta. Peligroso. Se iba a incendiar todo con él mismo. A una pata se sube a la cosechadora y empieza a cortar campo traviesa hasta que llega a un camino y un paisano que por ahí pasaba lo ve, frena, lo ayuda y lo lleva a la sala a curar. De allí lo trasladaron a una ciudad vecina donde había hospital, quedó internado. Ya lleva un mes y no puede trabajar y el dueño del campo no se quiere hacer cargo de la operación y de la prótesis que necesita. Van tres meses en el hospital y no recibe la prótesis, tampoco el sueldo. Renato le comunica al dueño del campo que va a presentar una denuncia al Ministerio de Trabajo. A los días el dueño se aparece con la prótesis. La pierna le queda más o menos luego de la operación y le condiciona su trabajo y vida cotidiana. El dueño del campo, Gueiradas. Cosa del destino, se dice Renato. La imagen mental de su hija lo rescata del pensamiento, mete la última pitada y vuelve a la obra.
Continúa la semana que viene…
“Palo y mano que trabaja en el sol”
Sig Ragga. Girasoles
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