Llegamos al final del relato.
Sin preámbulos, vamos directo a los bifes; para qué esquivarle a los desenlaces que ya están escritos.
A continuación, va completo.
En las vísperas
Uno
Año 2018, 22 de diciembre, Saavedra. En el caballo al galope, el Cali, así le dicen, Gabriel Méndez, así se llama, como todos los días, a ver las vacas. Unas cuadras en calle de tierra por el pueblo, bajar al camino rural que va bordeando la vía y ahí meterle hasta que las viera. Estaban cerca del alambrado, a 30 metros del Cochenleufu, dentro del campo. A veces solía dejarlas afuera entre la vía y el camino, para que comieran el pasto de ahí. Las empezó a contar desde lejos y al terminar frunció el ceño. Algo raro. El sol estaba a dos dedos de meterse. La luz mostraba una bruma en el aire hacia el oeste pasando la 33, era la cosecha de trigo y había algo de viento. Hacia el este, el cordón serrano soleado.
Ató al poste del alambrado a Cano. Ahí llegó el primer perro que lo sigue, el Tuita, un border medio blanqueado. Al minuto el Chumba, un dogo petizón cruzado, medio rengo de las biabas del trabajo. Observó las vacas y las volvió a contar. Confirmado. No era necesario acercarse. Fue directo a la vera de río, entre los sauces, como intuyendo. Caminó unos pasos, esquivando raíces y ramas bajas. En un claro vio la cabeza de la vaca en la tierra. Los ojos todavía estaban, las moscas eran las primeras en acercarse. A dos metros, las tripas. Huellas de arrastre, pisadas, movimiento. Era reciente. Una noche, quizá. Se acercaban las fiestas, nada de laburo y aumento de la carne. Miró al cielo y puteó a todos los santos.
Como avisados por la reacción, los perros se pusieron a trabajar, olfateaban, seguían las huellas. Fueron hacia el camino siguiendo el curso del agua, llegaron al alambrado y volvieron. Luego fueron hacia las vacas y volvieron a la cabeza de vaca. Paneada toda la escena ladraron ambos la misma cantidad de veces casi de forma unísona y rumbearon para el caballo. Entendió la señal y copió el paneo de los perros. Cercano al alambrado estaban las huellas que intentaban tapar huellas, barrido de tierra, hojarasca, palitos. Volvió a la cabeza. Observó el corte. Desafilado. Mucha fuerza, tironeo. Apuro. Fue hacia las vacas y percibió huellas entre esa zona y la de la cabeza y tripas. Volvió al caballo. Pensó en la cantidad de personas, pensó el tipo de vehículo. Intentó seguir la huella. Habrían colgado atrás algo así como una frazada, para ir barriendo detrás del andar. La huella se metía al pueblo hasta agarrar el asfalto. No mucho más que hacer. Ahí frenó, llegaron los perros. Tomó el celular y llamó al dueño del campo. Había que desovillar el asunto.
Dos
El campo de Gueiradas linda con el pueblo hacia el sur, en casi la totalidad de uno de sus lados. En la parte de más adentro se dedica a la siembra. Ahora andaba contento porque pudo sacar buen trigo. Zafó de los incendios que castigaron la zona. Los bomberos de acá para allá. Esta vez se puso serio e hizo cortafuegos. Las zonas pegadas al pueblo las usa para el pastoreo. Allí rota las vacas en varios potreros, tiene bastante, entre 600 y 1000, dependiendo de algunas variables. Allí andan las vacas.
El pueblo está creciendo, se está construyendo en la parte norte y en la sur, pegada al campo. Allí se despliegan unos terrenos no muy grandes donde se están haciendo unas casas. En una de ellas trabaja Renato de ayudante de albañilería, en lo operativo se encarga de la mezcla y lo que surja en la jornada. Hay un oficial de obra y dos ayudantes más. Para arriba, la arquitecta y los dueños de la casa. Se trabaja de lunes a viernes, a veces sábado a la mañana también.
La casa va bien pero ha habido problemas. Los dueños se le quejan a la arquitecta de que el corralón le pasó un pago por materiales para la obra que no habían sido habilitados. Los del corralón descargan sin preguntar y se van. La arquitecta intenta administrar el conflicto pero termina derivando hacia abajo y ultima para que lo resuelvan. El oficial de obra y equipo se reúnen con los dueños de la casa. Curtido en esos asuntos, el oficial explica una problemática de construcción, de idas y vueltas, esgrime unos cálculos de materiales y logra destrabar el asunto. Los dueños, verdes en el rubro, bajan la guardia y aceptan. Pasó por esta vez.
A partir de allí el oficial de obra hace bando con los otros dos ayudantes y lo acomodan a Renato en un rincón, que no había querido participar. Botón, le insinúan. Hace seis meses que están trabajando. Renato recuerda que los primeros cinco meses estuvieron bien, buen trato, almuerzos, fueguito de viernes, a veces gira hasta la noche, algunas juntadas los sábados. Pero en este mes el ambiente se caldea. No participar puede tener sus costos. Es 20 de diciembre.
Tres
Renato Peñalba, 30 años, creyente, con su crucecita en el cuello. Es del pueblo, nacido y criado y según él, si dios quiere y a su tiempo, muerto allí. Renato y una casita, una hija y una esposa, Marina y Natalia. Las quiere mucho a las dos, nada le costaría decírselo, pero no puede. Le es más fácil en las acciones, como buen creyente.
Ahora se dedica a la construcción. Durante años trabajó en el campo, manejo de hacienda, alambrador, cosecha. Conoce el campo, conoce el pueblo, conoce los movimientos y el vínculo entre ambos universos. En el campo y en la construcción se mueve mucha información, de todo tipo. Hay como vasos comunicantes entre ambos rubros.
Momento de descanso en la obra, se toma unos mates apoyado en el alambrado, se aleja del resto, aprovecha que apagaron la música y busca el silencio. Se queda mirando el campo y recuerda cuando trabajaba. Misma fecha que ahora pero 5 años atrás andaba en la cosechadora de sol a sol levantando el trigo. Le gustaba andar en la máquina, andaba solo con su puchito, mate y agua. Picaba el sol en esos días y no había llovido mucho. Había que andar con cuidado. En eso se trabó la cosechadora. Bajó sin apagarla y fue a chusmear el cabezal. Un palo cruzado en el molinete. Pitó y apagó bien el pucho en la suela de la alpargata. Se acercó y metió mano, logró sacar el palo, se destrabó el molinete con su pierna derecha enganchada. Lo arrastró y se la metió hasta trabarla con el sinfín. El motor quedó haciendo fuerza y de a poco le iba chupando la pierna, que tenía atravesado un fierro a la altura del gemelo. En ese momento pensó en Dios. Lo decidió. Tiró de la pierna como para que se corte y se la lleve el sinfín. Se sacó la remera y la metió para trabar el motor. No había caso. El motor seguía tirando, la pierna se iba metiendo y no se cortaba. Estaba lúcido no obstante. Sintió como un olorcito a quemado. Estaba fallando el embrague del sinfín. Se gastó y dejó de hacer fuerza el cabezal. Zafó. Sacó la pierna con la tibia y peroné quebrados y el fierro atravesado. Su nombre, Renato, el que volvió a nacer. Agradeció. Respiró profundo y sin mirar se quitó el fierro de la pierna. No se desmayó. Rajó una pierna de la bombacha y se hizo un torniquete arriba de la herida, ahí aflojó la sangre. Dudó un momento. Pensó prender fuego con el encendedor como señal para dar alerta. Peligroso. Se iba a incendiar todo con él mismo. A una pata se sube a la cosechadora y empieza a cortar campo traviesa hasta que llega a un camino y un paisano que por ahí pasaba lo ve, frena, lo ayuda y lo lleva a la sala a curar. De allí lo trasladaron a una ciudad vecina donde había hospital, quedó internado. Ya lleva un mes y no puede trabajar y el dueño del campo no se quiere hacer cargo de la operación y de la prótesis que necesita. Van tres meses en el hospital y no recibe la prótesis, tampoco el sueldo. Renato le comunica al dueño del campo que va a presentar una denuncia al Ministerio de Trabajo. A los días el dueño se aparece con la prótesis. La pierna le queda más o menos luego de la operación y le condiciona su trabajo y vida cotidiana. El dueño del campo, Gueiradas. Cosa del destino, se dice Renato. La imagen mental de su hija lo rescata del pensamiento, mete la última pitada y vuelve a la obra.
Cuatro
“Se habían buscado durante mucho tiempo, por los largos caminos de la provincia, y al fin se encontraron, cuando sus gauchos ya eran polvo. En su hierro dormía y acechaba un rencor humano”. Jorge Luis Borges
El Cali, así le dicen, Gabriel Méndez, así se llama. Vive en el pueblo y todos los días le mete al campo que está pegado a uno de los lados del pueblo. Trabaja en lo de Gueiradas hace 20 años de los 35 que tiene. En una de las calles rumbo sur hay una de las tranqueras, por donde se mete. Medias arriba de la bombacha y alpargatas blancas. Camisa remangada. Antebrazo rudo, nació haciendo fuerza. Allí hace de todo, animales, maquinaria, alambrado, cosecha, albañilería, caza, lo que se cruce. Ahora, a fines de diciembre anda más atareado, con la cosecha y otras cosas. Cuando vuelve se toma unos mates en su casa, mira un poco el celular, compra alguna cosa, charla con la compañera, revuelve el pelo de alguno de sus hijos y al rato sale de vuelta, a ver las vacas, a las suyas. Tiene quince. Gueiradas le deja un lugar para que las tenga en algunas partes del campo.
Luego de unos años de estar trabajando en el campo, ingresó un muchachito a ayudarlo en algunas tareas. El Cali se veía medio atiborrado de cosas ante la expansión de rubros en el campo y le tiró el pedido a Gueiradas para que sumara gente. Aceptó y sumó a uno. El muchachito era bueno en las tareas, mostraba capacidad de aprendizaje, era humilde y acataba las directivas. El Cali andaba contento, ya no tenía cara de preocupado por no llegar a hacer todo o mandarse alguna macana. Tenía a uno que lo secundara con las vacas, las pasturas, los chanchos y de más animales, andaban de acá para allá con los caballos entre tiempos de siembra, vacunación, desvichaje y apareo. En un añito lo tenía formado.
Con el pasar del tiempo, Gueiradas le vio uña de guitarrero al muchachito y le empezó a encomendar algunas tareas independientes. Que el traslado de las vacas, que la vacunación, que la cosechadora, que los camiones y los silobolsas para el cereal. Cuando no había directivas, el muchachito de vuelta con el Cali, quien en cada vuelta lo trataba más seco, le daba órdenes y después reculaba, lo embrollaba en tareas. Había lugar para un padrillo en el campo. El vínculo se partió y sólo se comunicaban por seria necesidad con silbidos, ademanes y onomatopeyas. No había vuelta atrás. Al tiempo, en época de trigo, el muchachito tuvo un accidente y dejó de trabajar en el campo. Renato se llamaba. El tema entre el Cali y Renato quedó latente.
Cinco
Para el 23 de diciembre ya se había esparcido la noticia por la localidad. Lo malo corre rápido, lo bueno lento.
- Le hicieron una vaca a Gueiradas, ahí por el camino y el río. Parece que fue el 21 a la noche. Le dejaron la cabeza tirada. Andan como locos con el Cali. - se oía.
Gueiradas y el Cali habían contado a algunos la situación. Pero el combustible para mover la noticia lo habían provisto principalmente el oficial de obra y los dos ayudantes. Habían empezado a esparcir semillas cizañeras acerca de la autoría por algunos lugares clave del pueblo, el almacén, el bolichón del vasco, alguna carnicería, lugares donde la información corre como los pesos en las manos. Iban con el "dicen que fue tal", sin aseverar. Sabían que la duda prende más que la aseveración.
La radio se ocupó del tema. El programa principal de la mañana lo abordó con datos estadísticos de abigeato en la provincia, sobre legislación penal, sobre las necesidades de la gente y hasta hizo entrevista con el encargado de la patrulla rural. Los oyentes mandaban mensajes de Whatsapp al programa. Las semillas brotaron. Socialmente y de un rumor germinó una verdad. Renato.
Los dueños de la casa en construcción andaban preocupados, se habían enterado del hecho y del rumor de la autoría. No sabían qué creer. Temían que lo agarraran a Renato en plena jornada laboral y lo ajusticiaran ahí mismo, en su futuro hogar. Proyectaban la peor escena, policías, fiscales, indagaciones, peritajes, la obra frenada, luego el avance lento y luego vivir ahí donde habían dado por muerto a uno. Cada cual con sus preocupaciones mundanas.
Renato gozaba de dos problemas: había quedado excluido del grupo de trabajo por no participar en el asunto de los materiales y había comentado a sus compañeros los conflictos no resueltos con el Cali y con el dueño del campo. La debilidad de contar los problemas con personas. Tenía todos los números para que la gente y principalmente el Cali y Gueiradas pensaran en él.
Por eso, esa noche del 21 de diciembre, el jefe de obra y los dos ayudantes se metieron al campo sabiendo que si hacían las cosas bien nadie iba a sospechar de ellos. Y fueron por más. La vaca no era de Gueiradas, era del Cali, lo que hacía la situación más grave, porque no era una entre mil, era una entre quince.
Seis
Para el 24 de diciembre Renato ya sabía que él era el culpable.
- Andan diciendo que le hiciste una vaca al Cali- decían.
Renato veía las sombras venir, ¿cómo frenar la ida del sol? El Cali se lo había tomado personal y Gueiradas, si bien no había visto afectado su patrimonio, había azuzado el fuego.
Ese día no se trabajaba en la obra pero Renato, por algún motivo, fue a la casa. Había que alejar del hogar un posible desenlace.
- Voy a terminar unas cosas- Le dijo a Natalia. Y se fue caminando. Era la tarde. El calor picaba. El pueblo dormía la siesta. Descansaba para la noche. Sólo algunos muchachitos pasaban en bicicleta con rumbo a alguna pileta o al río. Renato nostalgió con esa escena.
Los dueños de la casa sabían que ese día no se trabajaba en la obra, así que a la tardecita, cuando bajó un poco el calor, fueron a pasar el rato y ver cómo andaba todo. Cuando iban acercándose a la casa vieron un caballo afuera. Una escena que se habían imaginado. Se miraron sin hablar. Frenaron el auto y salieron para el fondo. Cuando pasaron la construcción vieron a un tipo caminando en el campo acercándose al terreno mientras limpiaba la vaina del cuchillo en la bombacha. Pasó el alambrado.
– Lo dejé correr para no hacerles quilombo en la casa.
Por allá estaba Renato, tirado en el campo de Gueiradas. A la distancia se retorcía. Algunas vacas que andaban en el potrero se le acercaron. El sol, a minutos de ocultarse, dibujaba las sombras largas. Parecía un pesebre.
Como todos los días, el Cali había salido a ver las vacas, procurando, aquella vez, pasar por la obra. Vio movimiento y frenó. De pura supervivencia, Renato había enfilado para el campo al escuchar el caballo, conociendo no obstante el desenlace. Corrió lo que pudo hasta que la pierna de la cosechadora le falló. El Cali lo alcanzó. Renato invocó la imagen de Marina y Natalia como final. No intentó decir su verdad, por qué hacerlo si el destino lo había puesto nuevamente ahí.
Final
Canciones de esperas, encuentros y despedidas.
Uh, este otra vez
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