La vida se parece cada vez más a la apertura de la serie El superagente 86. Parodia, premonición o profecía autocumplida.
Siempre estamos abriendo o cerrando puertas, materiales o simbólicas, analógicas o digitales, visibles o invisibles. Una interminable carrera de vallas, bajo la ilusión de minimizar su presencia. Una mochila incordiosamente pesada de mediaciones que nos la ponemos adelante por miedo a que nos la roben.
La palabra puerta, además de su sentido mobiliario, conlleva una connotación que refiere a la posibilidad de que en nuestras vidas se interpondrán ejemplares de dicho concepto, pudiendo abrirse (sentido positivo) o cerrarse (sentido negativo).
La realidad nos naturaliza una existencia, la puerta, como inalterable, como eterna, y sólo nos provee una duda sobre su estado, si abierta o cerrada. Del estado de las puertas que se nos interpongan en nuestras vidas dependerá nuestro futuro.
Pero las puertas no estuvieron siempre y menos aún sus cerraduras. Los primitivos de nuestras tierras ni para defenderse de la brava fauna tuvieron que crear puertas y cerrojos. Las puertas y las cerraduras se hicieron para protegernos de nosotros.
La cantidad de puertas describe este mundo.
No me preocupa que se abran o cierren las puertas a lo largo de la vida, me inquieta la proliferación de puertas.