Lo común y lo diverso
“Tan débil soy que cantar es mi mano alzada”
El amor y la vida
Tengo un amigo poeta y otro científico. Cotidianamente entablan debates sobre temas universales que nos atraviesan a todos que se transforman casi siempre en discusiones furibundas y hasta en escenas de pugilato en el medio de cumpleaños, cenas, bautismos y demás acontecimientos sociales.
Espero no fallar a sus convicciones pero, más o menos, las siguientes son las posturas que asumen.
Para el poeta el amor se asemeja a una especie de energía espiritual que captura al ser haciéndolo un nuevo ser, sintiendo y viviendo las cosas de manera mágica respecto a la realidad ordinaria.
El científico plantea que el amor no es otra cosa que un conjunto de reacciones químicas internas que provocan en el ser modificaciones en sus esquemas de percepción.
El poeta representa a la vida como un constante y enigmático camino de descubrimiento de cosas, experiencias, sensaciones, ya sean buenas o malas, placenteras o tormentosas.
Por su parte, el científico plantea que la vida es una investigación, un proceso de lógicas y variables interdependientes que es preciso decodificar y develar.
Por mi parte, y mientras intento separarlos para que no se caguen a trompadas y arruinen el velorio del padre de un amigo, pienso que al fin y al cabo no están muy en desacuerdo.
El juego de las semejanzas
Verano, pintan vacaciones y uno puede verse tentado de comprar esas revistas de juegos para pasar el tiempo en la playa, en el patio, en la vereda, en la vera de un arroyito. Una sopa de letras, un sudoku, un juego de las diferencias. Me detengo aquí.
El rubro gráfico de la industria cultural nos ofrece, por costumbre, por inercia o por pereza intelectual, el conocido juego de las diferencias. Básicamente propone dos imágenes, casi iguales, y el juego es encontrar ese casi, que puede traducirse en 7, 10 diferencias, vaya a saber el criterio editorial.
Los dispositivos mediáticos y de la cultura política de la realidad así como sus terminales sociales, ¿nosotros?, actúan como vehículos del juego de las diferencias. Nos empujamos a jugar y a regocijarnos en el juego de las diferencias, pero sin detenernos en una cuestión, a saber: que el procedimiento del juego de las diferencias comienza por igualar las imágenes y lo que no aparece como igual, es diferencia. Es decir, se parte de la semejanza. Jugamos al juego de la diferencia sin pasar por las semejanzas. Una apuesta política.
En su libro El gozo intelectual, Jorge Wangesberg plantea que comprender es encontrar lo mínimo común en lo diverso. El sustrato común de las cosas. “Comprender es caer en la mínima expresión de lo máximo compartido, es decir, en lo común entre lo diverso”. Por ejemplo, ver dos árboles e identificar las cualidades comunes; observar a un tiburón y a un humano y derivar características en común. Y ahí está el asunto. Un asesinato múltiple. Hay cuatro muertos. Lo común. En un mismo lugar. Lo común. En un mismo espacio tiempo. Lo común. Muertos por heridas de arma cortante. Lo común. Una misma arma. Lo común. Hay una herida mortal fácilmente identificable. Lo común. Tres víctimas tienen muchas heridas y una de ellas, solo una, la mortal. Lo común y lo diverso. Buscar la relación. Ahí podemos empezar a identificar el móvil y de ahí el victimario.
Jugar el juego de las semejanzas, esa puede ser la apuesta. Cuando el ataque a nuestras mediaciones, a la trama social, a nuestras realidades se vuelve persistente, intenso y hasta irreversible, algo se vuelve necesario. Tomá mi mano. Tomo tu mano. Sin perder matices, sin bajar banderas, sin licuar convicciones, partiendo de lo común o construyendo lo común, hacia la buena vida. Eso, buena vida, sino para qué.
Como el tero a los huevos
Desde la ventana veo un tero, el tero, ese que está siempre por acá. Un día, alguien que sabe me dijo que los pájaros que vemos en los alrededores de nuestra vivienda suelen ser los mismos especímenes. Tiene lógica y es lindo saber eso.
14hs de un día soleado y áspero de noviembre. Hace 30 y pico de grados y no acepto la realidad. El tero posa en el pasto y se acomoda a la sombra de un poste de luz, se cuida del sol, mientras relojea sus pichones y su territorio. Sopla viento y abre un poco sus alas para refrescarse. Es bicho el tero, va moviéndose según la sombra del poste en relación al sol y se ventila con el viento que se mete entre sus plumas, mientras cuida su territorio y a los suyos. Y pienso: actuar como el tero, buscar la sombra y el cobijo en los otros, sabiendo que el día es hostil, que en las malas debe primar la paciencia y la templanza, sin dejar de cuidar y defender nuestros territorios, que hay una fuerza que pareciera querer quemarnos, pero podemos amucharnos, movernos y cantar estratégicamente, cuidando las energías, cuidando a los nuestros, a veces imperceptiblemente, tanteando ese viento para cuando sea necesario levantar nuevamente vuelo y encarar de frente como el tero cuida a los huevos.