La velocidad es relativa. La velocidad y la complejidad son relativas. Y lo que vemos depende de nuestra postura relativa.
De pronto, por televisión, una carrera de bici en los juegos olímpicos. Una de velocidad que se corren en los óvalos. Iban rápido, muy rápido, a una velocidad dura. Y mantenían perfectamente la dirección, el equilibrio para las curvas, las distancias entre su rueda delantera y la trasera del rival. Todo muy complejo.
La carrera se hizo larga y apagué la tele, me levanté y me fui a la vereda, y ahí fue cuando pensé que la velocidad era relativa y la complejidad también y lo que veía también. Me senté en el cantero y vi pasar a un viejo en bicicleta. Decir pasar es casi una exageración. El paisano iba tan despacio que más que pasar en bicicleta se quedaba en bicicleta, más que andar, estaba en bicicleta. Qué velocidad llevaba, qué complejidad. Una lentitud asombrosa. Cada pedaleo era una eternidad. Las cubiertas apenas hacían ruido. Los bichos en la calle lo esquivaban. Y el tipo apenas miraba para adelante, derivaba su vista hacia los costados, arriba, abajo, la posaba en un árbol, en sus detalles, en un pajarito parado en un cable, en mí. Y la bici iba, o pasaba casi estando. Los verbos eran relativos. Y este señor no era un iluminado entre millones, un virtuoso exclusivo fuera de categoría, era uno más, de esos y esas había cientos. Viejas y viejos, paisanos y paisanas que se los ve pasar lentamente en sus bicicletas, a una velocidad que hace dudar. La disfrutan. Van lento para no llegar, porque no quieren bajar. Casi no se mueven y aun así mantienen el equilibrio. Su andar y su ritmo son un desafío, un acto de rebeldía a todo este sistema de vida que pone a la velocidad como algo virtuoso, necesario, como algo a desear y lograr. La rapidez es un bien que cotiza alto. Es vendible. Autos rápidos, bicis y motos rápidas, celulares y computadoras, flujo de dinero rápido, compra y venta rápida, todo rápido, como característica esencial del modo de vida mercantil. Y la rapidez es fácil, está hoy al alcance de la mano. Y estos ciclistas, no. Van despacito, faltándoles el respeto a los fabricantes de bicis, burlándose de los frenos y de la ley de gravedad, riéndose socarronamente de los corredores de bolsa y financistas, de los fabricantes de tecnología informática, de los homo amarok que pasan a sus costados tirándoles finos a toda velocidad.