Somos seres que necesitamos seguridad. Hemos de habérnosla procurado en algún pasado peleando con y comiendo a fieras un poco más grandes que nosotros. Fuimos nosotros. La clave, la organización, producto de la comunicación. Nos sacamos de encima a esos animalotes y ahora la seguridad se cuece en otras salsas.
En estos pagos solo existen animales más grandes que nosotros gracias a que de algún modo los producimos: vacas, caballos. Alguien dirá, un puma. Está palo y palo con el humano en términos de dimensiones, pero no quiere problemas. Prefiere comerse un cordero, tranquilo, como nosotros.
Ahora, no olvidarse, quedan los que son más pequeños. La yarará, por ejemplo. Tampoco quiere líos, pero nosotros andamos por donde anda, y si te muerde, tenés que salir a buscar suero, pero no corriendo a la deriva, porque eso acelera toda la expansión del veneno. En estas épocas, uno corta el pasto para despejar probabilidades de yarará. Por un lado le quita espacios de residencia y de escape al sol. Complementariamente, despeja el terreno a la vista. Pongamos que uno lo corta por eso. También lo puede cortar por requerimiento subconsciente de pequeñoburgués. Hay que tener el pasto corto. Qué dirán los vecinos. No se diga más. A cortarlo.
Como mucha gente de la zona, tengo casa de fin de semana acá y me enloquezco con el pasto. Estoy obsesionado. Vengo con la máquina de cortar pasto prendida en la caja de la camioneta. A la siete de la mañana arranco, meta cortar y cortar. Tres o cuatro horas cortando al rayo del sol. Otros también se suman. Parece una carrera de motocross el barrio. Cuando me quiero acordar, ya se hizo domingo y tengo que volver a irme.
Me olvidaba. Para quien corte el pasto, no se enloquezca con rastrillarlo una vez cortado para luego meterlo en bolsa, no. Déjelo ahí o úselo como abono. Donde lo coloque, algo abajo crecerá. Incluso, para quien esté cultivando el penoso destino de la calvicie, como yo, puede utilizarlo para ponerlo en su cabeza. Allí crecerá pelo o, en su defecto, alguna gramilla o idea. Esto también da seguridad. Pero ojo, no vaya a colocarse un rastrojo de pasto sin mirarlo bien, porque una yarará quizá esté allí. Esto es peligroso, ya que hasta en una nimia brizna de paja, como dice Fukuoka, puede anidar una revolución.