Magdalena
Magda se vino a vivir con nosotros. Estuvo cuatro años en el refugio. Duerme profundamente. Ronca. Descubre sonidos. Está comenzando a jugar. Salimos a caminar por el camino rural y huele todo. Su olfato la lleva a una plantita. La indaga seria e integralmente, se toma su tiempo. Huele hoja por hoja. Contempla con el olfato. Levanta la cola. Sigo su ritmo. De regreso, suelto la correa y comienza la pesquisa inquieta. Define el lugar. Caga. Tira unas patadas para tapar y larga un pique contenta, como perra con dos colas.
Pez perro
En el Río Sauce Grande, a la altura de Saldungaray, precisamente en la zona más balnearia, habita un pez perro. Vive en el agua y sólo aparece de noche, cuando a uno se le da por ir al río a ver aparecer las estrellas en ese transcurrir que va de la tarde a la noche.
Uno está tranquilo, puede ser solo o charlando con alguien, y ahí se escuchan los ladridos. Perro cabrón, malhumorado por aquellos que van a fastidiar a la ribera mientras vive en su agüita. Ladra para que no te acerques, porque en el fondo es bueno.
Si uno se hace el vivo y se acerca a la vera para chusmearlo, cagaste. Sale a chumbarte y te corre todo mojado, pero enseguida pierde la respiración y vuelve al agua por miedo a ahogarse.
¡Guarda los garrones!
Cualquiera que haya caminado, corrido o andado en bicicleta por las calles de la localidad, sabrá del gran peligro que acecha a los transeúntes que alegremente osan realizar dichas actividades: la salida furtiva y arrebatadora de perros que atacan sin piedad los talones de los apacibles ciudadanos.
Cimarrones, callejeros, de raza, pitucos, en pandilla, todo tipo de canes, parapetados en las sombras, al acecho, detrás de los ligustros y las verjas, esperan el paso iluso y desprevenido de personas que ven perturbada su rutina de actividad física, mandados y trámites. Insaciables perrunos ávidos de entrarles certeramente con un mordisco a los talones que se crucen en su campo visual.
Los viejos y viejas sentados en las veredas testimonian sobre los individuos que logran percatarse a tiempo de dichos ataques y aceleran el tranco, relojeando hacia atrás a la pandilla de canes que se acerca implacablemente y lanza ciegos zarpazos y garronea las pantorrillas de los invasores humanos. A su vez, estos últimos intentan eludirse de tan sorpresiva situación a base de patadas al aire, palabrotas y onomatopeyas que imitan los sonidos de los paisanos en pleno arreo de vacas.
La dinámica de la localidad alterada totalmente. Calles y veredas tomadas y anegadas por vándalos perrunos, disputas y batallas campales de sectores radicalizados de dicha especie pertenecientes a distintos barrios y organizaciones, vecinos que empiezan a desistir de pasar por allí y diseñan nuevos recorridos, aunque más largos y entreverados, seguros y a salvo de los tan temidos ataques. La trama social reconfigurada por las maras de cuatro patas.
Centenares de personas con sus garrones raspados arriban todas las semanas a la salita o al hospital, maldiciendo a los perros, a sus dueños y a las autoridades municipales. Algunas personas mordidas que llegan a los gritos e invocan a todos los santos, terminan en pánico internadas con graves problemas mentales o cardíacos y directamente son recluidas por los médicos que cansados de los repetidos casos diagnostican locura al primer retobado que les quiere hacer frente.
Más perros
Uh, este otra vez…
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¿Quién lo escribe?
Hilario Capeans.