Querencias y conflictos
Hay una forma en que Atahualpa Yupanqui me muestra las cosas.
La querencia suele estar asociada al pasado. A donde uno suele querer volver cuando está suelto de riendas. La querencia es donde uno quiere volver, mas no de donde uno no se quiere ir. Pero pienso también en una querencia ubicada en otro tiempo, no en el pasado sino en el futuro, o más bien, en un presente continuo, en un gerundio, en un siendo. Hacer del presente y del futuro una querencia.
Atahualpa me lo dijo en un sueño: sacate la querencia de la espalda y pasatela para delante.
Buscarse la forma de aquerenciar la vida.
A continuación, dos conflictos en dos textos, uno en presente distópico, otro de esos que hacen a la vida.
Armas solitarias
Anochecía y no tenía qué hacer. Vi mi casa y la persona a mi lado. Las detestaba, sólo me eran útiles. Hice cálculos de cuánto dinero tenía, como todos los días. Fui al patio y vi la bolsa de basura que había tirado al vecino una semana atrás. Había tardado ese tiempo en dar la vuelta a la manzana. Tomé el revólver. Quería matar a alguien. Afuera ya estaba oscureciendo sin la ayuda del alumbrado público que había empezado a desmantelarse. Esa idea vieja. Ahora se andaba con una linterna, en la mano o con vincha en la cabeza. También se podía contratar a alguien para que alumbrara. Como un farolero móvil. Ese día le pagué a uno por una aplicación. Salí a caminar por ahí. Lo hice medio al azar. A medida que avanzaba la noche más se dibujaba en mi mente la imagen de la persona objetivo de mi deseo, hasta que se fue haciendo concreta. Una persona específica. Ya sabía a quién iba a matar.
No me gusta llevar el revólver en el bolsillo o en la cintura, es incómodo. Lo engancho con el dedo en el guardamonte y lo llevo colgando, con el brazo estirado. A veces lo hago girar.
Anduve un par de cuadras hasta llegar a las inmediaciones donde suele estar esta persona. Los pocos vecinos que me vieron me saludaron. Una sorpresa sobre una vereda. Frené. Di una señal al iluminador para que siga un par de pasos hasta el lugar. Se quedó mirando la cosa. Me acerqué. Alguien se me había adelantado al objeto del deseo de ese día. El tipo estaba ahí tirado, rematado varias veces. Uno en la cabeza y varios en la espalda. Su alrededor estaba relativamente limpio. Los barredores contratados por un vecino habían limpiado la vereda y el viejo cordón cuneta. Bronca en mí. Le descargué un par de tiros más. Junté las vainas, alguien querría comprarlas.
Unos niños jugaban en la calle con sus linternas. Una tipa repartía cosas a domicilio. Un señor regaba el pasto que salía entre las baldosas. Desde una ventana me miraba un muchacho. Grité si sabían quién había sido el vivo. Sin dejar de hacer sus cosas, tiraron algunos nombres, pero no les creí. No se puede confiar en esa gente.
Punto
Ha luchado contra mí durante mucho tiempo una coma. Nunca di cuenta de ello hasta que la derroté.
Sucedía que escribía un texto y al volverlo a leer ahí estaba, aparecía sonriente, socarrona, esa coma, no cualquier coma, como estas vulgares que están acá, una en particular. Y aparecía en todos los textos y en varias de sus partes, era como esas hiedras que van expandiéndose. Una invasora. Una retama. De dónde sale todo esto. En ese momento algo me molestaba pero no se lo atribuía a la coma. No veía esa pelea.
A veces la sacaba, sin mayor argumentación, mayormente terminaba dejándola, como abatido, inventando algún argumento para que quedara allí.
Un día dejó de aparecer. Se dio por vencida en una lucha que quizá ni ella sabía de su existencia. O quizá fue una convivencia sana, que duró lo que tenía que durar.
Ahora acabo de verla algunas veces en un texto ajeno. En un libro de una autora argentina. La veo ahí, lo más campante, apareciendo siempre después de esa letra. Y me dice, ¿viste?, ya encontré otros territorios. Tomá. Y yo le digo, volvé coma volvé.
Para aquerenciar la vida de forma humilde.
¿Qué es Uh, este otra vez?
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