El año termina en agosto, uno nuevo comienza en septiembre. Hay que cambiar la fecha de ese festejo, legíslese. El sol ya está esperando afuera para acompañarte en la mañana. La máxima venía bajita, achaparrada, como la grindelia ventanensis, y ahora se eleva un poco más, como la grindelia argentina, y entibia las cosas.
En invierno hay menos presión, nadie te exige felicidad, la ansiedad baja, el mercado no martilla con mensajes de diversión. Proliferan los spot de medicamentos, el chocolate y el café. En septiembre la presión empieza a operar sobre las mentes, la inminencia de la primavera y la metáfora del florecimiento pone a todos locos y se empieza a exigir felicidad, diversión, salir, andar, disfrutar. Empieza el fogoneo de la birra, las bebidas azucaradas y gaseosas. Todos con la glucosa al corte. Es una cosa que te obligan. Y uno se siente mal si anda medio caidón. Y florecen con intensidad las ansiedades, las depresiones de estación. Los antagonismos mentales. Hacia la víspera de las fiestas de diciembre todo escala a planos de belicosidad celebratoria.
Hablando de planos y ciclos pensaba en la transformación que han tenido algunos canales de streaming. Todo comenzó con planos muy cercanos, rozando lo obsceno, un plano odontológico, quizá por decisiones técnicas, estéticas y/o presupuestarias, ante la escasez de recursos varios. Ahora los planos se han ido alejando, adquiriendo una lógica más televisiva. Se adquirió más perspectiva, al menos en algunos que he visto. Y la amplitud de perspectiva también pasó a lo temático, con un ingrediente, la interacción generacional, en el marco de conversaciones extendidas. Un hallazgo a celebrar. Cuando todo parecía endogamia, se coló algo clave en el sostén social: la lógica intergeneracional, con su intercambio cultural, de saberes, de experiencias, de lenguajes, gestualidades y estéticas, en múltiples direcciones.
El vínculo generacional es el encastre que nos sostiene. Cánones de ejemplo: el sistema educativo y nuestro sistema jubilatorio, que además se basan en una lógica de confianza y solidaridad. Mi vieja disfruta de la jubilación por mis aportes. El impuesto que garpo va a un foco que ilumina la hoja de una pibita que escribe un cuento en la escuela que está a diez cuadras de donde escribo esto. Eso es nuestra sociedad, che. Un conjunto de encastres humanos que sostienen un todo simbólico y material, con un trasfondo de confianza. Un sustrato hecho de capas generacionales, que se apoyan y reparten el peso para descansar entre sí. Hasta incluso alguien podría sentirse orgulloso. Y ese sustrato hay que regarlo todos los días, para que no se resquebraje, para que siga germinando la cosa. Sin confianza y solidaridad, al menos yo, no puedo salir ni a la esquina. Y yo sí quiero seguir disfrutando del sol de septiembre, viendo cómo florecen las cosas.